Por qué tenemos la necesidad de comer dulce cuando estamos tristes
El psiquiatra Javier García Campayo remonta el hábito a la prehistoria: “Cuando los seres humanos éramos cazadores y recolectores, no comíamos todos los días. Solo cuando cazábamos grandes animales, y como la carne se echaba a perder pronto, había que comerla enseguida”, señaló, y dijo que así se formó un vínculo entre comida y recompensa.
Con el tiempo esa relación se mantuvo en celebraciones: “Incluso ahora identificamos las fiestas, como bodas o cumpleaños, con comilonas. Es la forma habitual que tenemos de alegrarnos”, añadió. Comer se volvió un gesto social y una manera habitual de marcar momentos felices, lo que refuerza la asociación entre abundancia y bienestar.
El azúcar tiene un protagonismo claro: su efecto euforizante da alivio fugaz y enseguida llega la caída. García Campayo advierte: “Esa subida de energía por la glucosa es rápidamente regulada por el páncreas, lo que provoca un “bajón” que nos lleva a buscar más dulce, generando un círculo vicioso”. Así se perpetúa el patrón.
Comer dulce con atención plena
García Campayo propone practicar mindful eating para distinguir hambre real de impulso. “Solo hay que estar sentados observando el proceso de comer”, dijo. Añadió: “El mindful eating implica percibir la masticación y comprobar cómo surgen los sabores en la boca. No hace falta contar las masticaciones, pero sí notar que la comida está suficientemente triturada antes de tragar”.








